Fitxa de espectacle
Companyia: Centro de las artes escénicas - Sevilla
Duració: 65 min
Coreografia: Matilla, Juan Luis, Vázquez, Isabel
Direcció coreogràfica: Cortés, Jordi
Ballarí/na: Matilla, Juan Luis, Vázquez, Isabel
Il·luminació: Alonso, Antonio
Ajudant de direcció: Díaz, Paloma
Gestió: 8co80 Gestión Cultural
Música: Cage, John
Tècnic de gira: Jiménez, Benito
Piano: Rojas-Marcos, Alejandro
Des del xoc emocional
Per als qui no hagen vist mai en directe executar la controvertida música de John Cage, esta ocasió serà bona per a fer-ho, a través d'Alejandro Rojas-Marcos, i per a molt més. Assistiran a l'operació quirúrgica d'inserir en les cordes del piano unes femelles per a poder executar les seues obres per a piano preparat. Se sorprendran en veure eixir de l'instrument sons estranys, de sobte percussions com de txalaparta, de sobte aires exòtics com hindús o japonesos que entroncaran amb els poemes que reciten entre rialles abans de començar la música. I des d'ací, de manera neta, com net serà tot en el blanc escenari, uns ballarins tan ben compenetrats com -inicialment- la parella que interpreten, faran que els cossos pareguen deixar-se endur per melodies atonals que van marcant-los l'existència.
Ni música ni dansa són del tot arítmiques, hi ha alguna cosa clàssica en els seus modes; estos moviments, com esta música, són ja clàssics contemporanis. Però la capacitat de transmetre emoció se'm fa quasi inèdita. Sense il·lustrar una història, sense realisme ni virtuosisme innecessari, l'espectador assistix a la degradació d'eixa parella, a una relació autodestructiva.
SERGIO HERRERO
Desde el shock emocional
Para quienes no hayan visto nunca en directo ejecutar la controvertida música de John Cage, esta ocasión será buena para eso, de la mano de Alejandro Rojas-Marcos, y para mucho más. Asistirán a la operación quirúrgica de insertar en el encordado del piano unas tuercas para poder ejecutar sus obras para piano preparado. Se sorprenderán al ver salir de él extraños sonidos, de pronto percusiones como de txalaparta, de pronto aires exóticos como hindúes o japoneses que entroncarán con los poemas que recitan entre risas antes de empezar con la música. Y desde ahí, limpiamente, como limpio será todo en el blanco escenario, unos bailarines tan bien compenetrados como -inicialmente- la pareja que interpretan, harán que sus cuerpos parezcan dejarse llevar por melodías atonales que marcan su existencia.
Ni música ni danza son del todo arrítmicas, hay algo clásico en sus modos, estos movimientos, como esta música, son ya clásicos contemporáneos: pero su capacidad de transmitir emoción se me hace casi inédita. Sin ilustrar una historia, sin realismo ni virtuosismo innecesario, el espectador asiste a la degradación de esa pareja, a su relación autodestructiva. Hay un momento sublime en el que mientras el pianista quita las tuercas del piano, con las notas que de ahí salen, como en Calle Mayor de Juan Antonio Bardem, los bailarines muestran esa decadencia, ese dolor que se hacen, un daño psicológico sin palabras. Sin patetismo, con una naturalidad descorazonadora. Destaco junto a ella otra acción: unas uvas que cómicamente ella introduce en la boca de él gotean rojo sangre en el pecho hasta el suelo, y sigue de ello un juego de defensa-ataque cual animales heridos como la propia relación en la que están involucrado y en la que envuelve al espectador. Y todo así, sin perder la sonrisa, a ratos el humor asoma entre la tensión. El destino de la pareja en el desangelado ambiente acaba, como en el clásico de King Vidor Duelo al sol, con ambos destruidos en el suelo en la danza de los últimos estertores, espasmos de pez en la orilla. Parecen decirse, aún: «cuando estemos muertos al fin podremos querernos porque ya no nos haremos daño». No lo hacen, pero al final de la obra salí con estas palabras en mi cabeza como si las hubieran pronunciado. (Esto será todo muy subjetivo, pero a veces uno no puede ni quiere evitar dejarse llevar por lo que ha sentido para dejarlo a un lado y analizar fríamente el esqueleto de la pieza. Porque al fin y al cabo, el espectador no analizará, sino que recibirá y sentirá. Y eso es lo que me interesa contarles, que aquí puede haber mucha emoción contenida.)
No sé si se habrán hecho a la idea de un espectáculo oscuro, duro, tremendo: no es eso. Es por momentos alegre, cotidiano, sinceramente hermoso. Sencillo y a la vez a la altura de cualquier producción europea de las que envidiamos y programamos en nuestros festivales más prestigiosos. Entre el público pude ver gente mucho menos entusiasta, quizá más entendida. O a mí así me lo pareció, por la tibieza de los aplausos. Sin embargo sobre la escena consiguieron emocionar y eso supera cualquier pero que alguien se empeñara en ponerles.
SERGIO HERRERO
Teatre Talia: 03/05/2008
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