Fitxa de espectacle
Companyia: Atra Bilis Teatro
El día 2 de octubre de 2008, el día de mi cumpleaños, me sentía mal, estaba jodida por el paso del tiempo, y ya era plenamente consciente de que había perdido todo lo que amaba o había amado. Estaba asustada, furiosa y triste. Prácticamente había dejado de leer y escribir. Ese mismo día, el 2 de octubre, me apunté a un gimnasio, el lugar de la fuerza y la resistencia, buscando algún tipo de contradicción o alivio. Y allí empezó La casa de la fuerza.
Descubrí que la extenuación física me ayudaba a soportar la derrota espiritual. Me agotaba. Eran ejercicios de preparación para la soledad. Eran ejercicios de no-sentimientos para aniquilar el exceso de sentimientos. Pero poco a poco la soledad se impuso violentamente a la fuerza, y a partir de ahí la pelea entre la soledad y la fuerza fue salvaje. De modo que la fuerza me permitió ahondar en la fragilidad, la imperfección, la debilidad y la vulnerabilidad. Lo superficial (la fuerza, el sexo, las heridas, lo público) enseguida se convirtió en una manera de revelar las convulsiones de lo espantosamente profundo. Lo superficial señalaba lo secreto.
Un día que estaba escribiendo en la filmo, el autoengaño de las tres hermanas de Chéjov retumbó como una hostia sideral. "Hay que trabajar", decía Irina, "Hay que trabajar". El trabajo se revelaba como una forma de aniquilación. Por otra parte, el segundo viaje a México fue definitivo. Efectivamente, incluso el comentario más banal acaba culminando en acción. Del mismo modo que los chistes de judíos culminan en Auschwitz, las rutinas de desprecio hacia la mujer culminan en feminicidio. La humillación cotidiana culmina en las muertas de Ciudad Juárez, Chihuahua, y en unas leyes deterioradas por la misoginia.
Tal vez La casa de la fuerza es la obra en la que con más frenesí he intentado buscarle un sentido a la vida, había que salir del jodido túnel. La vida, ese lugar donde no vamos a dejar más rastro que el de una oruga aplastada en un camino, y aún así el amor fracasa, la inteligencia fracasa, y nos destrozamos los unos a los otros, por cobardía, y humillamos y somos humillados, hasta el final.
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