Fitxa de espectacle
Coreografía: Grecos, Julia
Dirección escénica: Salvat, Ricard
Intérprete: Fonseca, Heriberto, Monzó, Raquel, Pablos, Berta de
Iluminación: Díaz Zamora, Antonio
Espacio escénico: Aguade, Ángel
Vestuario: Montesinos, Francis
Diseño gráfico: Hangelito
Realización de espacio escénico: Martínez, Rafael
Ayudante de dirección: Sánchez, Alfredo
Fotografía: Albrecht, Jan S.
Estudios de grabación: Acustic-Crom
Producción: Conselleria de Cultura, Educació i Ciència de la Generalitat Valenciana, Trapezi (Embelo)
Producción ejecutiva: Ferrer, Salva
Apuntador: Pla, Loles
Realización de vídeo: Rubert, Antonio
Valencia, su fascinante y único Barrio del Carmen y la empresa teatral Trapezi-Embelo, S.L. que a nuestro entender es un modelo -de lo que ahora veo que llaman margin-les y que antes llamábamos independientes y en otros países «off» o «fringe»- promueven y acogen el estreno mundial de una de las obras más acabadas, valientes y arriesgadas de uno de los creadores teatrales más emblemáticos y significativos de las Antillas.
Un autor que viene a demostrar que el teatro de América Latina es algo concreto, definido; aunque en nuestras latitudes parece que nos empeñamos todos o casi todos en querer olvidar, en no querernos dar cuenta de este hecho incontestable y nos dedicamos a practicar la divertidísima «política de la avestruz» frente a las dramaturgias emergentes de estos países que hemos convenido en llamar hermanos.
La última obra de Triana que presentamos, es una obra cruel y lúcida que reflexiona sobre el devenir de un pueblo y se estrena y no es pura casualidad, precisamente en este año de gracia de 1992, año en que España podía haber dado una gran lección de generosidad para con sus antiguas provincias y reinos de Ultramar. No ha habido generosidad ni tampoco reconocimiento de los terribles errores cometidos en el pasado, la posibilidad de análisis ha sido absolutamente escamoteada y así hemos dejado escapar como hace un siglo una ocasión irrepetible o sólo repetible en el mejor de los casos dentro de cien años.
En lugar de ello y en especial dentro del mundo del espectáculo hemos desarrollado en la Expo de Sevilla, en el Madrid Capital Cultural y en los Juegos Olímpicos barceloneses, una tendencia al olvido, al paternalismo, al mirar «al otro» o «a los otros» por encima del hombro y a cumplir escuetamente un papel mediocre. Sólo podía haberse creado una gran excepción con el Festival Internacional de Teatro de Cádiz -con el que nos sentimos profundamente ligados por su defensa de la cultura latinoamericana- y nos hemos quedado sumergidos en un mar de perplejidades pues a la hora de plantear un ciclo de teatro de grandes autores latinoamericanos se ha preferido adaptar novelas y cuentos importantes antes que permitir que los autores de teatro estrenen sus producciones originales. ¿Por qué no se han montado las relevantes creaciones de autores como Roberto Cossa, Griselda Gámbaro, Abelardo Estorino, Emilio Carballido, Daniel Gallegos, Roma Mayeu, Isaac Chocrón, José Ignacio Cabrujas, Román Chalbaud o del mismo Triana?.
A lo largo de este año hemos coincidido en diferentes paises sudamericanos con varias embajadas teatrales españolas. El estupor creado por la prepotencia y magnificencias escenográficas de los trabajos presentados es algo que no olvidaremos nunca.
A estos estupores e irritaciones se ha referido José Monleón en un reciente número de «Primer Acto». Esta es una experiencia que serviría de motivo a una profunda reflexión, si estuviéramos todos en la misma disposición de ánimo. Con todo y por voluntad exclusivamente privada y con sacrificios inimaginables, Trapezi estrena un autor que viene a confirmarnos las predicciones de Carlos Fuentes en la revista «Sipario» a inicios de la década de los años setenta y la afirmación de Heiner Müller en «Théatre d'Europe», a finales de la década de los años ochenta.
Fuentes decía que después de la hora de la poesía y de la hora de la novela, empezaba para Hispanoamérica la hora del teatro. Müller se preguntaba sobre la posibilidad de un futuro para el drama y venía a decirnos que si en algún área era posible la continuidad de esa forma artística sólo sería realizable en Latinoamérica y así está siendo. El teatro de Triana es una espléndida realidad. Por ello los que intervenimos en esta empresa nos sentimos honrados, ilusionados y orgullosos. De manera divertida los componentes de mi generación -que también es la de Triana- aprendimos a conocer y a amar a Hispanoamérica a través del más convencional cine de Norteamérica y recordando las enseñanzas de un llamado mago Walt Disney diremos «Saludos, amigos», pero ahora con más cariño, respeto y admiración que nunca.
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