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Mario Maya (Córdoba, 1937 - Sevilla, 2008). Bailaor
Coetáneo de Antonio Gades, tiene una significación paralela en la perspectiva histórica del baile español. La diferencia puede estar en el concepto. Maya es esencialmente flamenco, siente lo jondo muy íntimamente en sus raíces.
Maya pasó por la cueva de la zambra, la sala de fiestas, el tablao y por supuesto, el teatro. Cuando tenía cinco años compró un par de botas viejas por dos pesetas: "Tenían dos agujeros en la planta, y yo les ponía dos cartones; me ponía a ensayar, se les rompían los dos cartones, y les ponía otros dos cartones".
Gitano del Sacromonte de Granada, fue a la escuela del padre Manjón, que se hizo para gitanos, y alternaba aprender a escribir y leer con su baile. Ya con ocho añillos iba a las cuevas del Sacromonte, a las zambras, a ganarse unas pesetas bailando para los turistas.
En su familia no hubo grandes artistas, pero lo jondo impregnaba todo el entorno doméstico. A los 14 años se fue a Madrid, gracias a una pintora inglesa que lo conoció de crío y le hizo un retrato. Con este cuadro la pintora obtuvo un premio en Londres, y envió la cantidad ganada a la madre del chico para que lo llevase a la capital a estudiar baile, ya que tenía unas posibilidades que era una pena desaprovechar.
Estudió con El Estampío, pero como se aburría lo dejó, comenzando a frecuentar el colmao Villa Rosa de la Plaza Santa Ana. Después entró en Zambra, donde le vio Pilar López y se lo llevó a su compañía. Con ella estuvo varios años y comprendió que el baile es un oficio, una carrera a la que hay que entregarse sin regatear esfuerzos y sacrificios. Ella le consideró "Muy buen bailaor. Muy creativo. Genio, mucha gracia, mucho estilo...".
El siguiente paso fue la creación del Trío Flamenco de Madrid, junto a la que sería su esposa, la bailaora Carmen Mora, y Eduardo Serrano el Güito.
Después se fue a Nueva York, donde estuvo un año y medio en contacto con el arte, experiencia que supuso su transformación intelectual, y de allí volvió a Granada con la cabeza "llena de cosas".
A partir de entonces supo cómo podía desarrollar sus creaciones de flamenco, transformarlo, poder expresar una historia dramática o no dramática, a través de la danza y el cante, dando coherencia a las cosas, que los cantaores y los guitarristas participasen en el movimiento...
Después de intentos varios el poeta Juan de Loxa escribió para Maya Ceremonial (1974), que no sólo fue su primer espectáculo propio, sino también el espectáculo pionero en los de su clase con una excelente acogida de público y crítica. En 1976 Mario Maya presentó Camelamos naquerar, obra del poeta granadino José Heredia Maya y que se convirtió en un éxito sin precedentes. El siguiente triunfo teatral de Maya, y desde luego de calidad excepcional, fue ¡Ay... Jondo!, debido a la pluma de Juan de Loxa, en 1980.
En 1984 vino El Amargo, otro de los títulos capitales de Maya, inspirada muy libremente en versos de García Lorca. En 1988 realizó su versión del Amor Brujo para el Festival de Venecia. En 1982 había ganado el Giraldillo del Baile en la Bienal de Arte Flamenco de Sevilla, donde tuvo actuaciones memorables.
Tenía para entonces importantes premios en sus vitrinas: el Nacional de Baile de Jerez de 1971; los de Juana la Macarrona por alegrías y Pastora Imperio por bulerías del Concurso de Córdoba en 1977... Y después vendrían la Medalla de Andalucía en 1986 y el Premio Nacional de Danza en 1992.
Ha hecho películas. La crítica nunca ha regateado a Maya el reconocimiento de su gran dimensión artística. Agustín Gómez, por ejemplo, escribió de él: "La quietud de sus caderas destaca como detalle de exigencia de pureza y disciplina, como principio estético. La armonía de sus pies y sus manos llega al perfecto equilibrio formal, porque tiene más inteligencia que corazón. Su giro de muñeca de dentro afuera y con los dedos juntos, su molinete de brazos -que me dijo aprendiera de Anzonini-, su silueta de gran vivacidad comunicativa, su dinámica más visual que sonora, sus desplantes de perfil característicos... son prendas técnicas que le hacen sabio con estética insuperable". Tres movimientos flamencos (1992) y Requiem (1994) son las últimas coregorafía importantes realizadas por Maya.
Con la segunda inició su andadura la Compañía de Danza Andaluza, un sueño de muchos amantes del baile andaluz, que Maya pudo poner en marcha como director.
Maya impulsó a lo largo de su carrera una evolución del baile flamenco, consciente del riesgo que ello implicaba, y convencido de que cualquier proceso en este sentido ha de tener como base ineludiblemente el perfecto conocimiento del baile que en el flamenco pudiera considerarse clásico.
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El Amor Brujo